Opinión | Reseteando

Diez años con Negrín

La dignificación alcanzada en el proceso de normalización del catedrático obliga a echar la vista atrás, al páramo donde fue objeto de una campaña de desinformación que lo convirtió en un monstruo a ojos de los españoles de la posguerra

Juan Negrín

Juan Negrín / LP/DLP

En un estadio en que el búnker de la derecha española afila los arcabuces para enfrentarse a la misma ONU por no querer paz y piedad con la herencia franquista, agasajada ahora con leyes autonómicas de la concordia, más bien discordia, toca sacar pecho y presumir por los diez años de la Fundación Negrín. Saturados de recibir los aguaceros que sitúan a Canarias en la cola de tantas y tantas cosas, rescatemos el orgullo por la eficiencia y afán reconciliatorio seguido desde que los herederos del presidente republicano acordaron el depósito de su legado en la Isla donde nació. La dignificación alcanzada en el proceso de normalización del catedrático obliga a echar la vista atrás, al páramo donde fue objeto de una campaña de desinformación que lo convirtió en un monstruo a ojos de los españoles de la posguerra. Un potencial de odio que alimentó vivamente la incautación de las tierras familiares y que acrecentó su muerte civil de forma insaciable. Fue el punto de partida al que se enfrentaron aquellas primeras indagaciones en los papeles de Juan Negrín en Francia, muchísimo antes de que se empezará a valorar la posibilidad de trasladar el archivo a Gran Canaria para crear una Fundación.

Y el resultado, pasada una década, nos une a la condición humana. Después del horror, el diálogo y el respeto. La transición abordada para despojar al científico de la manipulación, el insulto o la demagogia, para hacer de él una persona de aciertos y errores, no ha sido fácil, ni mucho menos. El largo viaje ha necesitado de la transversalidad a la hora del contacto político, no sólo con una derecha canaria que se resistió a convertir el retorno de Negrín en un casus belli, sino también con un socialismo estatal al que le provocaba un visible sarampión la cesión del tesoro documental frente a la centralización archivística.

Todo ello no quiere decir que los isleños hayan incorporado al estadista a su acervo sin resquemores. Prueba de ello es que no es extraño encontrarse con alguno que todavía piensa que trasladar el oro de España a Moscú fue una decisión unilateral suya, e incluso que le resultó beneficiosa para su pecunio personal. Diez años frente a un pasado tan agitado no son tantos. Para que sean menos sólo cabe lograr la mayor accesibilidad al fondo documental para los expertos. Nadie discute a estas alturas la importancia de lo que está depositado en el edificio de la calle de los Reyes Católicos. La extraordinaria finalidad divulgativa de estos documentos y el carácter esencial de los mismos para la creación o revisión de nuevas tesis debe marcar el apoyo de las instituciones públicas. Si lo anterior no fuese suficiente, valga como acicate la relevante incorporación de Negrín, con todas sus consecuencias, al sustrato sociocultural isleño. He aquí un ejemplo del programa regeneracionista, tan en boga y deseado, pero aun sin llegar al ajuste de cuentas con la memoria histórica. Diría más: un consenso para que triunfe la verdad.

Pero nada es inmutable, ni nada es ajeno a la amenaza de los que no quieren saber, ni les importa, aunque haya que defender la mentira a través de un renovado autoritarismo que esconde al lobo bajo la piel de cordero. El envite de la derecha española para desacreditar las críticas de la ONU por las leyes de concordia ofrece los perfiles del riesgo, que no es poco. Una bravuconada, un ejercicio facineroso, al que hay que hacer frente con la vacuna del conocimiento, que es a lo que se entrega la Fundación Negrín desde que recibió las cajas y la biblioteca personal que custodiaba el republicano en el sótano de su casa de París. La trayectoria biográfica del doctor, también su archivo, están envueltos en la épica de los grandes episodios de la humanidad, entre la esperanza y la derrota más cruel. Él jamás llegó a pensar que todo volvería a comenzar en las calles de su niñez. Pero así de tortuosa es la vida.

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